La capital de Nuevo León tiene varios espacios que podría considerarse icónicos, que forman parte de su cultura; el paseo Morelos es, indudablemente, uno de ellos.
Recuerdo, cuando niño, que cuando se organizaban los viajes escolares al Planetario Alfa y Galerías Monterrey, pasear por la calle Morelos era infaltable.
Siempre me han gustado las calles peatonales, en ellas puedes sentir el pulso de una ciudad.
Ahí es cuando “me cayó el veinte” de que esta ciudad estaba superando la crisis por la pandemia del Covid-19. Bastó caminar por estas cuadras del Paseo Morelos y ver las multitudes que ahí se congregaron, cuando comprendí que lo peor había pasado.
A Irene le gusta mucho caminar por esta vía. Le gusta detenerse a ver los globeros, un oficio que cualquiera pensaría está en vías de extinción, pero siempre hay niños que lo van a mantener vivo.

Y aunque la pequeña no es mucho de andar de compras, sus niveles de paciencia disminuyen a cero cuando entramos a alguna tienda a ver ropa o zapatos; se entretiene viendo los comercios, la gente, la cantidad inimaginable de productos que se pueden encontrar en esta calle.
Y lo mejor, por lo menos para ella, es que siempre hay un café, una panadería, una tienda de helados donde podemos hacer una parada para refrescarnos.
Es cierto, entre tanta gente el temor de que la niña pueda perderse está a flor de piel, por eso siempre la llevamos de la mano, cuidamos no soltarla.
Pero, en honor a la verdad, nunca ha pasado nada malo en este lugar y espero que nunca suceda.
En verdad lo deseo porque mi anhelo es que Irene crezca con los mismos buenos recuerdos que yo tuve, cuando era un niño de una escuela de Tamaulipas en un viaje escolar, maravillado por la interminable cantidad de tiendas, productos y sorpresas que pueden encontrarse en el Paseo Morelos.
Y lo mejor: cualquier día de la semana es bueno para hacerlo.
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