Nunca he tenido un traje. Cada vez que me veo en fotografías, en alguna ocasión en la que he tenido que vestir formal, me reconozco en trapos que me prestaron mis hermanos o amigos. Como jamás me he preocupado por asuntos de aliño, no he tenido que adquirir vestimenta para usar en ocasiones importantes.
En los álbumes familiares, cuando me veo en bodas, bautizos, cumpleaños, de inmediato reconozco la procedencia del disfraz que, hay que decir, por lo general me ajustaba bien, porque quienes me rodean tienen buen gusto y conocen de modas, a diferencia de mí que, de esas yerbas, no sé absolutamente nada.
El otro día me salió en un recuerdo de Facebook la foto del baile de mi graduación de la Preparatoria 8 de la UANL. Fue una ocasión importante de 1986. Llevo un feo taje gris claro, que tiene su historia. La celebración fue en el salón de eventos del Club de Leones de la colonia Linda Vista, en Guadalupe y velada era muy especial. En la foto estamos David, Marshall, Gilberto, Guillermo y un servidor. La corbata que llevo me parecía elegante, azul con ribetes plateados y blancos. Era de mi papá, que también la usó en algunas bodas, como veo en fotografías antiguas.

El día del baile de graduación recuerdo que desperté animado. Después del desayuno, y antes de irse a trabajar, mi papá, cariñoso con el cachorro, me hizo el nudo en el pescuezo descamisado. Como yo no sabía hacer atados, me dejó la corbata lista, indicándome cómo funcionaba el sistema corredizo para apretarla y aflojarla.
El chico del traje gris
La foto de esa noche es el único testimonio gráfico probatorio de que, a esa edad, en la que me la pasaba enfundado en pingajos, me vestí formalmente en la realidad, y no en un sueño.
Lo que llevo puesto ese día es el traje gris descolorido. No tenía noción de lo feo que estaba, porque, la verdad, me hizo sentir elegante. Fue la primera vez que porté un traje en mi vida. Era de Yanko, el mayor de los primos de la familia de mamá. Se lo he visto puesto en algunas fotos prediluvianas donde él también estaba chavalón, y requería lucir de gala.
Resulta que él es de la edad y de la complexión de mi hermano Ronaldo, el primogénito entre nosotros que, por allá del 1983, tuvo su propia graduación de la Prepa 8. Rony le pidió a Yanko el traje de marras y fue a su propia celebración, embutido en el mismo atuendo, en su baile del Club de Leones. Lo cotorro es que usó la camisa que originalmente combinaba con el traje, que era verde limón. Así que la combinación estaba algo extraña. Luego de usarlo en su propio festejo, se lo regresó al primo quien, hasta donde recuerdo, lo mantuvo colgado del gancho, allá en su casa.
Un año después Alejandro, el segundo de los hermanos, tuvo su propio prom, también de la Prepa 8 y en el mismo lugar, por supuesto. El generoso Yanko aceptó ceder la vestidura, una vez más. En esta ocasión, Alex se pudo una coqueta corbata roja con azul y, como era tendencia de la época, empequeñeció el nudo. De cualquier manera, parecía el baterista del Grupo Vaquero, pero lucía con clase.
Como Don Gato
Para continuar con la tradición familiar preparatoriana, tocó el turno de mi celebración. Debo aclarar que, así como nunca he tenido un traje, de adolescente tampoco tuve zapatos formales, porque lo mío eran los tenis blancos. Cuando uno, como yo, carece de sentido del gusto es indispensable ir a lo seguro, así que el blanco, por neutro, nunca falla. Los mocasines que se me ven en la foto, son de Rony. Mis hermanos mayores siempre han sido mis proveedores de ropa. Con mucha frecuencia tomaba sin pedirles sus camisas y debo reconocer que nunca me negaron nada. En esa ocasión el mayor me prestó los choclos.
En la foto de esa noche me reconozco radiante. Siento que estaba exultante en la ocasión. Quién sabe por qué extraña razón relacionada con la anatomía y la genética, el traje que no era mío me quedaba a la perfección, como guante. Ahora que me veo pienso en Don Gato, el de la pandilla, sintiéndose feliz, al encontrar en el callejón ropas que lo hacen sentirse distinguido.
Todos los graduados nos sentíamos igual en el baile, porque nunca nos habíamos visto en esas fachas pulcras. A diario nos saludábamos desmañanados y vernos, de pronto como señores, licenciados, predicadores, letrados, nos provocaba risa. Cada uno seguramente tiene la historia de su propio traje, como yo tengo esta singular saga de generaciones.
Fue la última vez que se usó en casa ese traje del baile de graduación de la prepa.
Omar, mi hermano menor, el que me sigue, ya no usó el mismo traje porque no fue a su baile de graduación. De cualquier manera, para entonces Rony y Alex ya trabajaban, y ya tenían sus atuendos para usar en recepciones y de los que, por supuesto, podía disponer.
Pero parece un milagro que los tres termináramos la prepa con la misma talla de saco, chaleco y pantalón.
La historia del traje del baile de graduación termina como cerrando un círculo del destino. No se lo devolvimos al dueño y después, no nos fue devuelto por alguien a quien se lo prestamos. Alfredo, amigo de Alex en TVNL, se lo pidió porque acudiría a una ocasión formal. Ya nunca lo retornó. Le acabo de preguntar qué fue de la prenda y me dice que seguramente su mamá lo regaló o lo tiró, por apolillado.
Es igual. En mi corazón despedí el terno como si lo tirara en altamar, con una ceremonia de despedida llena de flores. Dio muchas batallas estudiantiles y nos hizo dejar con galanura nuestra etapa como parte de los gloriosos Delfines de la Prepa 8.
Y gracias, Yanko. Aunque reniegue del atavío, por descolorido, prestó cumplidos servicios en la familia.
Excelente redacción, imagino paso a paso toda la historia con tanta realidad, que me sentí parte de ella.
Saludos Lucian.