De lunes a viernes me despierto de madrugada para llevar a mis niñas a la escuela primaria. Mientras preparo el café, ellas ponen, en la Smart TV, la aplicación de Youtube para escuchar música, mientras se alistan para desayunar y salir. Por ellas he aprendido a apreciar -videoclips de por medio- cantantes como Harry Styles, The Weeknd, Dua Lipa, Lizzo, Ed Sheeran y agrupaciones como AJR.

Como intercambio saludable, yo les presento reliquias de la época de los 80, del auge de MTV, cuando el video mató a la estrella de la radio. En ese intercambio generacional, ya les presenté a Michael Jackson, Madonna, Tears for Fears, Duran Durán y todos los héroes del pop de mis tiempos.

Duran Duran fue una de las bandas con más éxito comercial en la década de 1980. La agrupación es originaria de Birmingham, Inglaterra, donde también surgieron Judas Priest y Black Sabbath. Foto: Pexels.

Afortunadamente, les han gustado mis aportaciones. Se botan de risa con los videos precursores de Twisted Sister y todo lo que es glam. Entre sus favoritos figuran ya, Rick Astley y Kate Bush. Concluimos que en esos tiempos prediluvianos de los videos primigenios, los cantantes se sentían con la necesidad de actuar y se ponían risiblemente dramáticos cuando interpretaban sus melodías.

Y mientras veo a las infantas que se atan los tenis -y Yeni les alisa el cabello- recuerdo mis propios tiempos en los que escuchaba música a muy temprana hora, antes de ir a la escuela primaria.

A mediados de los 70, mamá sintonizaba por las mañanas Radio Fantasía o la hora de Cri Cri en Radio Recuerdo. Aún recuerdo el coro infantil que preguntaba: “Señor locutor, ¿quiere hacerme el favor de decirme qué horas son?” Y el locutor respondía: “Ándenle, vocecitas, faltan 15 minutos para las 8, ¡apúrense!”

En la secundaria, como pasé tres años en el turno vespertino, nunca tuve la necesidad de levantarme temprano, ni alborotar el vecindario. Pero en la preparatoria, cuando regresé a las clases de la mañana, mis gustos musicales se salieron de control.

Santana, heavy metal y chilaquiles

Mis padres siempre fueron tolerantes con nosotros, los cuatro hermanos que crecimos como cabras cerreras en la casa familiar, en el centro de Guadalupe. Mi hermana, la menor, era más apacible, pero nosotros éramos bastante estruendosos.

El certificado de tolerancia se los di cuando, con el paso de los años entendí cómo era imprudente, en el tiempo de la rebeldía adolescente. En esos tiempos, me gustaba el Heavy Metal y ponía mis discos de vinil, a todo volumen, a las 6 de la mañana, mientras me preparaba para salir de casa. Mi mamá ya tenía los sartenes del desayuno ardiendo en la estufa, y jamás manifestó inconformidad con mis estridencias. Lo mismo mi papá, que se levantaba a la misma hora para irse a trabajar.

Van Halen II incluye el solo de Eruption. Para referencia de la generación actual, es el solo que toca el minion Stuart en la primera película de esta franquicia, Minions (2015).

En ese tiempo, había comprado el disco Van Halen II. También tenía de AC / DC, Ronnie James Dio, Black Sabbath, Judas Priest.

El aparato modular, como se le llamaba pomposamente al tocadiscos, estaba en la sala, contigua a la cocina comedor donde desayunábamos. Mientras mamá servía los huevos estrellados con salsa, le retumbaba en las orejas Eruption, con el soberbio requinto de Eddie Van Halen.

Ronnie James Dio debutó en 1983 con Holy Diver, que consiguió ser disco de platino en 1989. Foto: Rock & Blog.

Y enseguida, la voz aguda de David Lee Roth que empezaba con You really got me. También traía de novedad a Yes, y su disco Fragile, por lo que me gustaba subirle a Roundabout y su magnífico coro que la rubricaba como una de las rolas emblemáticas del rock progresivo. Era evidente la colonización cultural de USA y del acero británico, a la que me había sometido con dulce capitulación. Estaba bien domesticado por modas extranjeras, que ofrecían buen material de vanguardia.

Aún eléctrico, con las vibras del metal que traía en la panza junto con los chilaquiles del desayuno, me transformaba en John Stamos, cuando entraba a la Prepa 8 con una camiseta negra, de mangas cortadas en la axila, con la portada del disco Shangó, de Carlos Santana, que unos primos gringos dejaron olvidada en casa, cuando vinieron de vacaciones. Desdeñaba, sin remordimientos, productos mexicanos como Three souls in my mind, Chac Mool o Sombrero Verde con los que no estaba conectado.

Mis padres, estoicos guardaban silencio y desayunaban acompañados de mi ensordecedor metal pesado. Supongo que se sentían aliviados cuando, en ocasiones, ponía mis discos de Joan Manuel Serrat, Oscar Chávez, Silvio Rodríguez, Tania Libertad y hasta de Olimpo Cárdenas que me parecía la mera neta del bolero.

Claro que no cambiaba de LP con el propósito de darle descanso a los viejos y sus orejas extenuadas, si no que, simplemente amanecía de vena para escuchar música que en aquel tiempo se llamaba de protesta o de la nueva trova. Algunas veces la aguja se deslizaba sobre el disco de hits de los Bee Gees, o sobre uno bien cursi, pero llegador, que se titulaba Love will keep us togheter, que contenía una antología de exitosas baladas románticas en inglés.

Eventualmente Rony, el hermano mayor, se adelantaba y ponía algún acetato de su colección completa de los discos de Queen, que también eran de mi agrado. Se escuchaba por toda la cuadra el Brighton Rock, del disco Sheer Heart Attack. Y mis jefes aguantaban callados.

Entre generaciones

Nunca mis padres me interrumpieron alguna de esas escandalosas sesiones de metal madrugador. Ahora veo que entendían que estaba enfermo de adolescencia y que me curé ya cuando crecí y me fui de la casa.

Ahora le recuerdo a papá aquellos episodios juveniles, y me dice que ni cuenta se daba de mis impertinencias, pues estaba programado para ser comprensivo con nosotros en una etapa complicadísima, de la que cada quien sobrevive como puede.

Los tiempos han cambiado, supongo que para bien. En mis años de mozuelo, en el vórtice de la generación X, para tener una canción tenía qué sudar para juntar dinero y comprar el disco con la rola preferida, o pedírselo a los amigos.  Pero si era una canción extraña, había que pepenarla en algún programa especial de la radio.

En estos tiempos post pandemia, mis nenas encienden la tele y pueden encontrar cualquier canción sin el menor esfuerzo. Aunque ponen mayormente rolas centennials, a veces me sorprenden. Ellas sí son consideradas y moderan los decibeles para escuchar. Nuestros gustos son completamente diferentes, aunque coincidimos en el pop ochentero.

Ocasionalmente, me enternecen cuando seleccionan algún video de mi era mesozoica. Aunque sospecho que lo hacen para darme gusto, también creo que las mueve el interés propio. Esta mañana, antes de salir, eligieron Blue Jean, de David Bowie. Cuando quise subirle al audio, me pidieron que me moderara, así que la escuchamos casi en un murmullo. De cualquier manera, conduje hacia la escuela tarareando: “Blue Jean, I just met me a girl named Blue Jean…”.