Soy de los que me gusta invitar a los nuevos aficionados del beisbol, aunque no sepan nada del juego, a que se suban al barco. Si de ellos alguno se queda, bienvenido.
Lo ocurrido el pasado lunes 20 de marzo en Phoenix, Arizona, fue un viaje de ensueño para México, en su participación en el Mundial de Clubes de Béisbol. La eliminación en semifinales fue dolorosa, pero, a su vez, fue el inicio de algo grande para la pelota de nuestro país.
Y es que no es fácil recordar cuándo la participación de un representativo nacional había atrapado tanto a un pueblo ansioso de triunfos.
México llegó a la quinta edición de este evento que reúne a los mejores peloteros del planeta, sin saber realmente qué esperar.
Sí, se había conformado una selección con lo mejor de nuestro país que actúa en la gran carpa, un grupo de peloteros nacidos en nuestro territorio, otros tantos paisanos que crecieron o vieron la primera luz en Estados Unidos, pero con padres mexicanos. También los acompañó un cubano, naturalizado, que había llegado en balsa a Yucatán, que comenzó jugando en el béisbol amateur, luego emigro a Tijuana y de ahí dio el brinco al mejor béisbol del planeta. Es Randy Arozarena, que hoy es conocido por todo el mundo y que se adueñó de los corazones de los aficionados, no solo mexicanos, sino de los diferentes países, por su carisma, sus botas, sombrero y sobre todo, su forma de echarse al hombro a un equipo y a toda la nación.

El Clásico Mundial de Beisbol (World Baseball Classic)
El torneo nació en el 2006 como una respuesta de las Grandes Ligas al Comité Olímpico Internacional que dejó fuera este deporte de la justa de verano, por no permitir la presencia de sus peloteros.
El Clásico mundial se jugó una vez más en el 2009, luego en el 2013, 2016 y fue hasta este 2023 que se reactivó, debido a que la pandemia le puso una pausa, como a muchas otras actividades.
A fuerza de ser sinceros, fue hasta este año que realmente se tomó con la seriedad debida y se organizó la mejor edición que se haya visto en su corta vida. Los mejores peloteros de Venezuela, República Dominicana, Puerto Rico, Japón, Australia, Taiwán, Gran Bretaña, y hasta Republica Checa e Italia acudieron al llamado, como parte de los 28 que se fueron eliminando.
Un grupo jugó en Taiwán, otro en Japón, los latinos fueron a Miami y nuestro tricolor se instaló en Phoenix, Arizona, muy cerca de México, por lo que prácticamente fungió como local, aun y cundo enfrentó a los estadounidenses.
Como suele ser históricamente, donde haya un representativo mexicano, ahí estarán nuestros paisanos apoyando, y dándole color al evento, y esta no fue la excepción.
Una ruta difícil
México comenzó perdiendo ante Colombia, pero a medida que fue avanzando el torneo, fue demostrando que los jóvenes peloteros, muchos de ellos que buscan ganarse un lugar en sus equipos de la gran carpa, comenzaron a dar muestras de carácter y buen béisbol. Y la gente se fue conectado.
En su segundo partido, le ganaron con autoridad al Dream Team de los USA. Para ese entonces, aunque los medios de comunicación no hablaban tanto del evento, y solo una televisora transmitía los encuentros en el país, la gente comenzó a voltear para ver qué es lo que estaba pasando con ese grupo de mexicanos, pochos y un naturalizado, del que todos hablaban por su carisma, sus botas a la hora de salir a calentar al terreno de juego, pero, sobre todo, de su espíritu para jugar.
Mucho ayudó que el Presidente Andrés Manuel López Obrador en su mañanera hablara de lo que estaba pasando, para que aquellos que ni siquiera sabían qué era el béisbol, voltearan a ver.
Se había encendido la llama: México le gana a Gran Bretaña, luego supera a Canadá y se ubica como primer lugar de grupo, dejando a los anfitriones en la segunda posición.
Para la segunda fase, derrotan a la potencia Puro Rico, en un juego memorable, viniendo de atrás para hacer la remontada final de 5 por 4.
Para ese entonces, todos sabían o preguntaban por lo que estaba pasando, y las reuniones en torno al televisor a la 13:00 o 17:00 horas, en día laboral, comenzaron a asemejarse a lo que ocurre en un mundial de futbol. La novedad era que se trataba del Rey de los Deportes, una disciplina que, aunque tradicional en nuestro país, el tiempo la fue dejando en segundo término entre nuestros pasatiempos deportivos.
¡Es beisbol, y está más vivo que nunca!
Los periódicos comenzaron a darle espacio, las redes se inundaron de fotografías, videos, memes y toda clase de información.
Hoy sabemos quién es Randy Arozarena, el que batea muy bien y fildea de campanillas, pero además se da tiempo para que, en la pausa del cambio de pitcher, reparta autógrafos, se tome un selfie en la tribuna y hasta grabe un mensaje. Los aficionado hora sabían que el de las botas, juega con las Rayas de Tampa Bay; que Alex Verdugo, el de la barba colorada y que casi no habla español, juega con las Medias Rojas; que el Julio Urías, que tanto se nombraba, es el de los Dodgers, y está entre los mejores pitchers del gran show.
También salieron expertos de todas partes.
Gente que no sabía qué era el béisbol, hoy, debido a este grupo de peloteros, habían comenzado a mostrar interés, o, aunque fuera para preguntar.
Se comenzaban a reseñar reuniones familiares en torno al televisor para ver al tricolor.
Un cierre histórico
La dramática victoria sobre los boricuas, había catapultado a México a lugares insospechados. Todos hablaban de la gran remontada, del coraje azteca y de que lo mejor estaba por venir, ya que con este triunfo se instalaban en la semifinal de la competencia.
Se recuerda la emoción del triunfo de los niños de Lindavista en Williamsport en el 97, o el título en mundiales juveniles de futbol. Incluso hasta en los Olímpicos, pero un equipo en un Mundial de profesionales, no había obtenido los honores máximos.

México se instalaba en semifinales y un pueblo esperaba nervioso. Enfrentaba a Japón, nada más, el ganador de las primeras dos ediciones de esta competencia, una máquina para jugar pelota y con el súper hombre llamado Shohei Ohtani que, desde que llegó a las Grandes Ligas, asombró como pitcher y bateador. Desde la época de Babe Ruth, no aparecía un monstruo que pudiera brillar a ese nivel con las dos habilidades.
Confieso que, en mis más de tres décadas de cubrir este deporte, pude por primera vez sentir lo que sienten los aficionados de Argentina y Brasil, en estas instancias futboleras. Una emoción grandísima me invadió, México estaba ahí, a punto de hacer historia.

La historia de México en este Clásico Mundial en apariencia no tiene un final feliz en cuanto a resultado. Llegado el día, los japoneses, terminaron sacándole el juego a los mexicanos, dejándolos tendidos en el terreno 6 carreras por 5. Pero aún en la derrota, los nuestros se echaron a la bolsa los corazones de lo fanáticos que los siguieron en el estadio y por TV, y dieron un grito para decir presentes a todo un pueblo que mostraba indiferencia.
Muchas voces hablan ahora de grandes guerreros, de un juego histórico, piden atención para este juego, e invitan a no dejar escapar la inercia de la emoción para el ya cercano inicio de la temporada del béisbol de la Liga Mexicana.
Ahora toca el turno a la Liga de nuestro país, capitalizar la experiencia y aprender que, con difusión, con organización, y con un producto de calidad el beisbol puede llegar a muchos rincones.
No estaría mal que por ahí trabajaran, para que surgieran nuevos ídolos, aunque estos no usen botas ni sombrero a la hora de salir a calentar.
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