Briyan de Jesús de 17 años fue “levantado” por un comando armado de los Zetas, junto con otros cinco jóvenes, quienes acudieron a una falsa oferta de trabajo en un parque público, en la que se les prometía un salario diario de 300 pesos por hacerse cargo de un carrito de hamburguesas en horario nocturno.

Jennifer Giraldi “desapareció” en un taxi cuando viajaba de su casa a la escuela privada donde estudiaba becada, con puros nueves y dieces como calificación. El “pecado” de Jennifer fue que el taxista, con ligas criminales, se obsesionara con ella.

Lucero sí cometió un error: mintió a su madre. Le dijo que trabajaba en una estética, pero pertenecía a una red que traficaba escorts –prostitutas de alto nivel- en la zona metropolitana de Guadalajara. Ella merecía ser reprendida por su mamá y enmendar el camino, no desaparecer. A Lucero, la mafia todavía le dio “chance” de despedirse de su madre.

Son tres botones de las causas comunes de “desaparición” en México. Jóvenes y señoritas que estudian y trabajan, o que sólo estudian buscando un futuro mejor. O que ya trabajan, porque hay que contribuir al gasto familiar. Y que, en la mayoría de los casos, estuvieron en el lugar y en el momento equivocado.

El autor Noé Zavaleta con su libro «Las Buscadoras: Mujeres que buscan personas desaparecidas en México«, editado por Harper Collins.

Todos involucrados

Tenemos una concepción errónea, como sociedad, como padres de familia, como estudiantes, como periodistas, etcétera, de que al “desaparecido” lo desaparecen “por algo”. Y en muchos casos, el único “pecado” del desaparecido fue estar en el lugar, en el momento, en la hora, con la persona equivocada.

Nuestro país tiene hoy una grave crisis humanitaria de desapariciones. En 20 de 32 estados del país hay problemas de “personas no localizadas” y de “desaparición forzada”.

Hay en los últimos tres sexenios –incluyendo el de López Obrador-, 109 mil carpetas penales abiertas por desaparición de personas y seguimos contando.

Para que nos demos una idea: con los desaparecidos de México, tendríamos para llenar los estadios de Rayados de Monterrey y los Tigres de Nuevo León, y nos faltaría espacio.

En el 2022, cada día desaparecieron 35 personas en México. En su mayoría jóvenes, algunos estudiantes, otros adultos integrados en la sociedad económicamente activa.

Es cierto, habrá un porcentaje –impreciso- de personas desaparecidas que tenían vínculos criminales. Pero estos desaparecidos, con ilícitos a las espaldas, merecen ser llevados ante un Ministerio Público o Fiscalía y ser sancionados por el Estado mexicano, no ser condenados a desaparecer, a no estar, jurídicamente vivos, pero tampoco muertos.

Empatía necesaria

En este contexto, al mexicano promedio le hace falta mucha empatía.

¿Cuántas veces no hemos mentado madres y tocado el claxon como dementes, cuando se nos atraviesa una marcha de desaparecidos en la avenida más transitada de nuestra ciudad?

¿Cuántas veces nos hemos negado a dar una moneda de diez pesos a las madres buscadoras que hacen “boteo” para completar sus insumos para sus brigadas en fosas clandestinas? Pero sí vamos al restaurante de lujo y nos erguimos el pecho dejando el quince por ciento de propina a la mesera que nos sonríe coquetamente.

Vamos más allá. Cuántas veces hemos estado sentados frente al televisor, viendo las noticias en Televisa, TV Azteca, Milenio y oímos la desaparición de cinco, seis, ocho jovencitas en Guanajuato y pensamos, inmediatamente: ¿Pues en qué se habrán metido?

Nos falta empatía y sensibilidad como seres humanos, para racionalizar que vivimos en un México muy violento, que estamos sacudidos por el crimen organizado, lo mismo en la zona metropolitana de Guadalajara que en la zona económicamente boyante de Monterrey, en la franja costera de Nayarit, o en la ruta más turística de Veracruz.

Que tenemos un estado incompetente, en todos sus colores: guinda, naranja, azul, rojo, amarillo o verde. Que, en la mayoría de las veces, son nuestros propios cuerpos policiacos quienes son cómplices del narcotráfico, que en todos los rincones de México, hacen con sus fauces “agujeros negros” que hoy se están tragando a nuestros jóvenes y señoritas, privándolos de que pueden trazar su propio futuro y destino.

Hoy, tenemos una alta responsabilidad como padres.

Sin sentirnos detectives del FBI o la DEA, tenemos que verificar, verificar y verificar qué contenidos están consumiendo nuestros hijos en redes sociales, qué están viendo en altas horas de la noche en Netflix, con quiénes están conviviendo en las aulas, con quiénes están asistiendo a sus primeras fiestas, qué música escuchan, qué están pensando sobre la alta ola de violencia, qué piensan sobre el fenómeno social de los desaparecidos, qué están aportando ellos a la sociedad.

Hace poco, veía con horror y asombro, cómo en un palenque de Monterrey, jóvenes entre 17 y 21 años cantaban a todo pulmón el corrido no oficial de Joaquín Guzmán Loera, uno de los mayores narcotraficantes que ha tenido México. Y cómo dicha canción exaltaba las aventuras de “el patrón”.

Un poco más de asco me daba ver que en televisión abierta, y antes en plataformas digitales, había una serie llamada “El Dragón”, que pintaba a un narcotraficante bueno, bien parecido, millonario, rompecorazones y bondadoso.

Esta apología criminal que hoy están consumiendo nuestros jóvenes nos hace pensar que la delincuencia organizada no es tan mala. No es que uno esté pensando eso, sino que un joven en plena formación de cultura y valores puede llegar a considerarlo.

Tenemos que cuidar eso, hablar con nuestros hijos, ser empáticos con las víctimas que hoy sufren una ausencia en el hogar.

No olvidar, que el próximo desaparecido, podría ser nuestro hijo.

@zavaleta_noe