Paso seguido por la esquina de Morelos y Zuazua, en el Centro de Guadalupe. En el punto hay una construcción ruinosa en la que se ven unos adornos, parecidos a troncos, que fueron alguna vez la entrada elegante de un centro de baile de música norteña. También fue el sitio de un patinadero y refugio de skaters que en el interior hacían suertes con sus patinetas.

Hace unos 40 años, en ese lugar estaba instalado el Cine Norma, el más tradicional de los que sobrevivió al Centro del municipio.

Conductores y transeúntes pueden ver aún el enorme cubo de concreto, parecido a un arca, con techo de dos aguas, que durante muchos años fue el sitio predilecto de esparcimiento en La Villa, como se le llamaba al primer cuadro del municipio.

Los viejos cines en Guadalupe

La gente no necesitaba ir a los cines de categoría del Centro de Monterrey, el Elizondo, Olimpia, Buñuel. Luego de los estrenos rimbombantes, las mismas películas pasaban en el cinema del barrio. Era lo mismo ver acá a Los Charlots en Cinco Locos en el Supermercado (Le Grand Bazar, 1973), basura francesa que se nos presentaba como gran comedia de moda.

Fue para mí como el Cinema Paradiso, donde Totó se enamoró de las películas y templó su gusto por los dramones. En esas butacas roídas está gran parte de mi formación sentimental, con historias que eran, mayormente, de categoría ínfima, pero que igual me hacían ensoñar y escaparme a otras realidades truculentas, emocionantes, siempre mágicas.

El Norma fue contemporáneo de El Tropical, que estaba sobre Cuauhtémoc y Guadalupe. Mucho antes, habían sido abandonados los cines terraza Palmeras, que estaba en la Carretera, y el Marysel, frente a la plaza principal, que luego se transformó en un almacén de huevos y pollos.

No era, en lo absoluto, espacio relevante en la industria de salas de exhibición de la localidad.

El tradicional Cine Elizondo de Monterrey abrió en 1943 y fue demolido en 1982.

Para ver la importancia que ocupaba un cine, bastaba ver el sitio que ocupaba en la página doble del periódico, donde se anunciaba la cartelera cotidiana. El Norma estaba en la parte de abajo. Ocupaba un cachito, junto con el Azteca, Independencia, Poza Rica y Linda Vista.

Estrenos de impacto en el Cine Norma

Como fórmula, en estos cines de barrio se presentaban las grandes producciones de Hollywood, pero cuando ya habían agotado su estreno estelar en las salas grandes. Además, las daban recortadísimas, porque se daban en cartelera doble.

Sin embargo, el cine Norma podía darse el lujo de estrenar entre galas, las películas mexicanas.

Pistoleros Famosos

En 1981, fui a ver Pistoleros Famosos, un cabrito western, megahit de Producciones Montemayor, protagonizada por los hermanos Mario y Fernando Almada, y dirigida por José Loza.

Como era tradición, en la marquesina del exterior había una barra luminosa a la que se le colocaban letras negras intercambiables.

Fue un gran evento de rancho la premier en el Cine Norma. Acudí el domingo a la función del medio día, con mi primo Dino, y tuvimos que abrirnos paso a codazos en la banqueta y luego en el vestíbulo atestado e irrespirable.

El interior estaba repleto, con gente parada en los pasillos. Una función de esas no pasaría, ahora, una inspección mínima de Protección Civil.

El sitio era una ratonera, aunque, afortunadamente nunca ocurrieron accidentes por el sobrecupo.

Ahora entiendo que la película era de calidad ínfima, con una producción indigente y un enorme descuido técnico.

Pero cuando terminó y empezaron los créditos finales, salí fascinado. Llegué a casa y le platiqué a papá la experiencia y él, que siempre fue aficionado al western, se rio de mi ingenuidad. Me hizo ver que eran cintas malitas. Y me auguró: “Algún día conocerás a Burt Lancaster y sabrás lo que son los vaqueros”. Tenía razón.

De cualquier manera, quedé impactado con la historia del arrebato de venganza de Lucio Peña. Si hubiera recuento de frases célebres del cine mexicano estaría la que dice Raúl Salcedo Cascarita que, asomándose por la ventana de la casa, alerta al pistolero: “Lucio, Lucio, acaban de matar a tu hermano…”

Ese fin de semana todos en la Secundaria 12 vimos la película. Había un compañero que se llamaba Lucio y todo ese año estuvimos jodiéndolo: “Lucio, Lucio acaban de matar al Pío”, refiriéndonos a su carnal.

Santo contra las Lobas

Ahí también fui a ver Santo contra las Lobas, de 1976. Toñi, ahijada de mamá, nos llevó a mí y a mis hermanos. El boletero de la puerta, Don Carlos, era su vecino, que nos dejó pasar gratis.

La película me pareció una maravilla. ¡Qué susto me llevé! La dirección de Galindo y Jiménez Pons me hizo sumergirme en ese universo siniestro, pretendidamente gótico, dominado por mujeres aterradoras, de cara, brazos y piernas llenas de pelos, mugrosas y vestidas con taparrabos de piel, que acechaban a la humanidad.

Angustiado por el destino del mundo, tenía mis esperanzas invertidas en el Enmascarado de Plata. Si triunfaban esas bestias infernales, comandadas por Tamara Garina, ¡qué sería de nosotros!

Imaginaba a los licántropos recorriendo en cuatro patas la Plaza Principal de Guadalupe, ingresando en tropel a la Presidencia Municipal, escalando las torres gemelas de la Iglesia.

Pero se cumplió la regla: el Santo nunca pierde. Al final de esa historia descabellada, y con arte de película B, triunfó nuestro superhéroe, por supuesto, pero salí del cine muy preocupado.

Sí, habían matado a la líder de las lobas, pero quedaban muchas por ahí. Seguramente se habían dispersado por todos lados, espantadas por el imbatible justiciero.

De camino a casa ya había oscurecido, y yo estaba silenciosamente alerta. Qué tal si nos salían al paso algunas que no fueron aniquiladas. Esa noche me la pasé en vela.

Contrabando y Traición

También ahí estrenaron Contrabando y Traición, que fue un taquillazo. Era 1978 y yo estaba en primaria. Fuimos esa tarde de sábado al Norma una decena de chicos del barrio, todos menores de 12 años.

No debieron dejarnos entrar. Marcos, nuestro especialista de cine, nos animó a ir. Él estaba al pendiente de todas las novedades de la pantalla y nos auguró un peliculón.

Nosotros íbamos a ver una aventura de balazos, de Camelia la Texana y Emilio Varela, como se relataba canción de Los Tigres del Norte. Pero nos encontramos con el drama pasional de una pareja de bandidos que, entre fechorías, se enamoraron.

Recuerdo perfectamente cómo todos fuimos sorprendidos por la bella Ana Luisa Peluffo, Camelia, que, en una escena en una rivera, se esconde detrás de un árbol y, zas, de repente aparece con el torso descubierto, frente a su joven amante, Valentín Trujillo. Todos estábamos boquiabiertos por la imagen.

Más que rijos de concupiscencia, lo que sentí fue curiosidad, pues no entendía cómo la linda señora podía guardar todo eso debajo de una blusa que le ocultaba esas formas, con mucha discreción.

La matiné infantil de los sábados

En aquellos años remotos, en el Cine Norma había funciones triples de matiné infantil, los sábados. El precio era llevar tres sobres de café instantáneo HG.

Entre semana andábamos por la calle buscando los despojos de papel para la entrada. Nos juntábamos en el barrio, muy temprano, y nos íbamos con la basura colectada en el bolsillo, que entregábamos en la entrada.

La cartelera era de tres horas, insostenible. Además, eran de cine europeo, aburrido, incomprensible, como si pasaran saldos de algún lote de cintas que fueron desechadas en el circuito comercial.

Probablemente, esas anécdotas eran conocidas en aquellos países de origen, pero acá no nos decían nada. Mientras pasaban Tom Thumb, producida en Inglaterra, en los 50, nosotros jugábamos luchitas debajo de la pantalla, junto con otros niños, porque nadie prestaba atención a las andanzas del protagonista diminuto. Luego supe que lo que exhibieron fue lo que en México se conoce como la historia de Pulgarcito.

El destino de los antiguos cines de Monterrey

Con el paso de los años, le pasó al querido Cine Norma lo mismo que a las demás salas de cine colonia: no pudieron competir contra los modernos multicinemas que absorbieron a la clientela en la década de los 80.

Aún hoy, cuando paso frente a la derruida sala, se me acelera el corazón.

Pienso que detrás de las paredes del viejo Cine Norma, estarán al acechando las lobas desde la azotea. O, quién sabe, tal vez detrás del árbol que está en el estacionamiento, puede aparecer inesperadamente La Peluffo, sonriente y provocativa como en mi eterno recuerdo.