La apatía de una comunidad se refleja en sus crisis, acostumbrados todos a culpar a los gobernantes, volvemos invisibles nuestras omisiones; algo que no se hace, obvio, no se ve, pero no pasa desapercibido porque provoca algo, es decir, tiene una consecuencia.

Me estoy preparando para las elecciones. ¿Cómo voy a afrontar  y a lidiar con eslóganes y retórica vacía? esta estrategia del sensacionalismo y la tontería, arropada en la cuantificación de vistas o likes, ha permeado todo, hacer, decir o prometer algo siempre tendrá una justificación porque la masa, el público, no solo consume todo sino que lo defiende, lo protege y lo justifica poniéndose el reto de que habrá que hacer algo lo más rápido posible que cause mayor impacto, así sea vulgar o incluso califique como delito, esta actitud es un cierto tipo de forma de pensar que es sencillamente la ausencia de pensamiento.

Es cierto esto se observa más sobre todo el entretenimiento y el ocio, pero, por más que seamos los que no caemos en eso, es sin lugar a dudas un reflejo de nuestra salud, no solo mental sino espiritual.

Ahora los partidos políticos no tienen proyecto – ni principios-, las elecciones y las campañas vacías de contenido, las palabras son separadas de sus significados y son reducidas a consignas y todo esto es recibido con los brazos abiertos por la ciudadanía, para luego –insisto- mirar a los gobernantes con apatía.

Rob Riemen apunta: La verdadera identidad de una persona no está determinada por los modos en que se distingue de los otros (dinero, poder, origen, raza, sexo), sino precisamente por aquello que la vincula a sus semejantes: la capacidad universal de mejorar el alma, de vivir en la verdad, de hacer lo correcto, de crear belleza.

¿Contra qué luchamos? Contra nosotros mismos, punto. 

Es cierto en las redes todo está permitido, no hay restricciones, pero algunos auguran que pronto las habrá, y todo este desfile de personajes, líderes de opinión, gurús, pasarán por un filtro, nos guste o no, aleguemos libertad de expresión o no, incluso lo aleguemos por encima de la educación y el respeto.

El miedo y el deseo conducen a las masas. Agreguémosle el resentimiento, y es sabido que quien tiene resentimiento tiene miedo a la libertad.

¿Cómo tenemos que luchar? Auto determinarnos a no entrar al juego y esto se logra sí y solo sí tenemos la fuerza para reflexionar, pero nada de esto avanza ni en forma de conferencia, ni como institución, sin un clima espiritual alternativo, que nos encamine hacia la nobleza de espíritu.

Civilización es en el sentido más profundo, trabajo en uno mismo, responsabilidad y esfuerzo individual, cuando separamos actitudes y pensamientos y omisiones por causas generacionales caemos en el error de asumir que una generación es la que mueve todo.

Pero desde las vacaciones del yo, claro podrá tener más individuos (es decir más masa) pero eso no anula a la otra generación anterior, ni la vuelve caduca, ahora que todo es rápido, que todo es un clic, que todo puede prescindir de explicaciones concretas. La civilización está en crisis. Pensé que el encierro de la pandemia, nos llevaría a elevarnos, a subir dos rayitas como seres humanos, pero en el mejor de los casos los que sobrevivimos no dejamos de pensarla como unas merecidas vacaciones.

Lo advirtieron Ortega y Gasset, Valery y Thomas Mann: la sociedad (en este caso la europea) sería puesta a prueba por una crisis de la civilización, provocada obviamente por la falta de valores espirituales, que detonaría por otras crisis: económica, de educación y un largo etcétera.

Se referían a la crisis del siglo XX que, por cierto, aún no ha acabado.