Es difícil jugar futbol con tenis Converse. Uno siente que corre descalzo, porque la suela es delgada, y en un campo llanero, lleno de piedras y cascajo, se siente en las plantas que la superficie está tachonada de vidrios rotos. Por eso Lázaro miraba fascinado a Matías, su hermano mayor, que se convertía en un crack en la cancha jugando con ese calzado tan frágil.

Matías prefería los Converse a cualquier otro tipo de zapatos deportivos, incluidos los tachones Garcis o Puma, para mover la pelota divinamente en la media cancha. Lázaro iba a verlo en los partidos de la liga local, y se fascinaba viendo a su hermano sacarse de encima a medio equipo contrario y tirar a puerta, levitando sobre sus tenis mágicos.

La semana pasada Matías compró Converse blancos. Los había usado únicamente una vez, la noche anterior, para ir a un bailable de la preparatoria, y se le habían ensuciado con algunos pisotones. Como los quería otra vez relucientes, le ofreció a Lázaro 100 pesos para que se los lavara. Y le daría una propina de 50 más, si los dejaba impecables.

Por supuesto que Lázaro aceptó, fascinado, pues le gustaba estar en contacto con los choclos privilegiados de su carnal mayor, a quien tanto admiraba. Además, se ganaría algunos varos, para ir a dar la vuelta con la palomilla el fin de semana.

La maravilla

Esa tarde Matías salió a pasear con sus amigos, y Lázaro se quedó en casa para acometer, con solemnidad y denuedo, la asignación que le dejaron.

En el patio dispuso de una cubeta llena de agua, un cepillo, trapo, detergente en polvo y la botella de cloro. Retiró las agujetas y observó uno de los tenis para ver cómo resolvería el problema de la mejor manera. Antes de cepillarlo, manipuló la botella de cloro y una gota cayó sobre la tela de lona. ¡Sorpresa! El área clorificada quedó de un color blanco impecable, como la nieve o las nubes. Echó otro chorrito directo de la botella y la parte que estaba manchada por la mugre quedó límpida. ¡Qué maravilla! Entonces bañó por completo el par, empapándolo con el contenido completo de la botella. Lo mismo hizo con las cintas.

En segundos, los tenis blancos, que estaban algo afectados por polvo, quedaron más blancos que cuando eran nuevos. El cloro era un auxiliar maravilloso para la limpieza, según comprobó Lázaro, que luego de dejar bien ensopados los Converse, los colocó en el patio, para que el viento sereno de la noche acariciara esa superficie de albo impoluto, y Matías los pudiera lucir, ya secos, al día siguiente.

Con una sonrisa de deber cumplido Lázaro se fue a dormir esa noche, antes de que Matías regresara a casa. Mientras se hundía en el plácido sueño, pensó con cariño en su hermano. Imagino que en ese preciso momento se estaba divirtiendo en grande, y que al día siguiente se calzaría sus Converse de lujo, como nuevos, y que el sábado saltaría a la cancha con ellos bien atados, para hacer que cayera una lluvia de goles, sobre la portería rival.

Despertó al día siguiente y vio junto a su cama un billete de 50 pesos. Wow, le gustó el trabajo a Matías, aunque no lo encontró en su cama. Mientras desayunaba, su madre le dijo que se fue de madrugada a subir al Cerro con algunos amigos, y para la aventura se llevó sus tenis que estaban blancos, como nuevos.

A media mañana, se escuchó en la casa un alboroto inusual. La puerta se abrió de un golpe, hubo algo de gritos y objetos que eran azotados en el piso. ¿Qué pasaba? Lázaro se aproximó a la sala y vio a Matías sentado en el sillón, echando chispas por los ojos. En el suelo estaban tirados los Converse, en una forma irreconocible. Con el alma colgada de un hilo, a punto del vaguido, Lázaro se agachó para inspeccionarlos. Los bellos tenis estaban desgarrados, hechos girones. La tela estaba pegada aún a la suela, pero parecía que pasaron por las zarpas de un tigre, o como si el chico de las manos de Ttijera los hubiera manipulado torpemente.

De un manotazo Matías cogió uno y lo enarboló como a una pistola humeante, que acusaba a su hermano, indubitablemente, de un crimen mayor. ¿Qué le hiciste a mis tenis?, rugió enfurecido. Lázaro solo atinó a decir que los había lavado con cloro. Su mamá, que se había aproximado por el escándalo, le preguntó cómo había hecho la tarea, y el muchacho explicó, con todo candor, que había bañado los tenis de Cloralex y los había dejado que se secaran en la noche.

Aguantando la risa, su madre les explicó que el cloro crudo era corrosivo y que al secarse en la noche, dejó la tela quebradiza, inútil y vulnerable al movimiento.

¡Inútil! ¡Iba subiendo el cerro y sentía que se me salían los dedos! ¡Empecé a ver que mis Converse envejecían, que se me estaban deshaciendo a cada paso! ¡Me asusté! ¡Cuando llegamos a la caseta, ya los tenía todos partidos! ¡Me regresé dando pasitos, para que no se me desprendieran!, le recriminó Matías a Lázaro.

Le exigió que le regresara el pago y el abono extra, dinero que utilizaría para comprar otros tenis nuevos.

Lázaro entregó el varo que creía haber conseguido honorablemente, y cuando regresó a su cuarto se encerró, pero no a llorar si no a reír de la forma en que quedaron los Converse mágicos.