¡Qué emoción invitarla a mi casa, a mi espacio! Ya para cuando la invité, tenía bien estudiado lo que iba a decirle, había -además- repasado muchas veces la Guía Roji:

– ¿Vas a venir?

– Sí. Ya me dieron permiso. 

– Bien. Sales de tu casa, te vas por la calle 20 de octubre, caminas siete cuadras hasta Colón. 

– Ajá

– Sí, ahí donde está la escultura de Colón y el globo terráqueo. No sé por qué le dicen la Y griega -. Tenía 16 años y desconocía que ahí estaba la bifurcación para ir a Guadalupe y además me parecían fascinantes los globos terráqueos, por eso mi referente. 

– Déjame anotar. 

– Tomas el ruta 2 o el 70 – eran las únicas rutas que yo conocía. Ahora sé que casi todas las que pasan por ahí toman Colón hasta el destino que ella iba a seguir. Entre su casa y Colón, no podía detallar muchas cosas, puesto que aún no eran mis caminos. No existía el Metro.

– Tomas el camión, va a pasar por el cine Raly, luego Pablo A. de la Garza -donde venden las cosas de los carros- llegarás a Felix U. Gómez, ahí donde está la Álvaro Obregón, donde hemos ido a entrenar basquet…

– ¿Ahí donde está una clínica del Seguro?

– Sí, creo que es la clínica 3. Seguirás por Colón y más adelante verás la Casa de la Cultura, esa casa antigua que parece una estación de tren. Luego verás muchos negocios, y a tu derecha uno muy curiosito: Deportes Caballero, que tiene un beisbolista en la marquesina, y venden guantes y pelotas de beisbol. Ahí le timbras, ya casi te vas a bajar. El camión se va a detener en el cruce de Colón y Cuauhtémoc. 

– De..por…tes… Ca…ba…lle…ro -dijo en sílabas; estaba tomando nota. 

– Te bajas y verás una farmacia Benavides y en la esquina hay una tienda donde venden ropa, está pintada de blanco y rojo, anuncian unos pantalones carísimos que se llaman livais y escrito en la pared dice “La calidad nunca pasa de moda”. Ahí puedes tomar el Ruta 1. Hay dos. Uno que dice Directo y uno que dice Puentes. Cualquiera te lleva. Eso de Directo y Puentes, es para los que van a San Nicolás. Tú te vas a bajar antes, mucho antes, así que no importa. También puedes caminar. 

– ¿Puedo irme caminando?

– Sí. No es mucho. 

– Mejor camino.

– Caminas hacia el norte. Pegada a tu derecha. Vas a ver un hotel que se llama Son-Mar -ahí se hospedan los Sultanes. En la esquina está el hotel Roosevelt, que es blanco, luego encontrarás un negocio donde venden lotería que se llama “La curva de la suerte”. Adelantito, una zapatería que no me acuerdo cómo se llama, después una peluquería, la del Bello Greco, que ya te platiqué. Luego sigue un negocio que se llama “Maderera Nacional”, donde venden cosas para la casa. Enseguida está la Fábrica de focos, que está abandonada y se termina en la Calzada Victoria, donde está el Bancrecer. 

– Ban…cre…cer – Seguía tomando notas. 

– Enseguida del Bancrecer, hay un consultorio de un pediatra que se llama Otoniel y que ya te conté que por eso mi primo Tony se llama así, en honor del doctor. Luego del consultorio sigue un estacionamiento y después otra peluquería, la de don Roger. Al terminarse la peluquería sigue la Velicera Monterrey y después la Central de Carnes. A tu izquierda verás la fábrica Titán y la Cervecería. Vas a ver una calle que en medio tiene rieles: ésa es la diagonal Luis Mora. Ahí sale una terracería. Si quieres, ahí te espero.

– Sí. Muy bien. Ahí nos vemos.

Y sí. Ahí la esperé. Caminamos esa calle, hasta las vías del tren, pasamos por la tienda de Pedro, con sus anuncios de Marinela; en la casa de doña Vicenta, como siempre, Ringo nos ladró y llegamos hasta la pata de vaca que estaba en la esquina de mi casa. La señal imprescindible era el segundo arbotante de la calle Segunda de Cuautla. Abrí la puerta del barandal, que día y noche permanecía sin candado alguno, y le di la bienvenida a mi casa. Abrimos un par de Coca Colas y la llevé a mi recámara. 

Hoy, las cosas no son así. Sólo se pide mandar la ubicación. Mándame la ubi, porque parece ser que es muy complicado escribir toda la palabra. Hemos perdido el ejercicio de las letras, el poder de la descripción. Mándame la ubi condensa una flojera terrible y una renuncia al arte de narrar nuestro espacio vital.