Mamá:

Te cuento que gané un premio de novela. Sí, ésa misma que viste que perdió en plena pandemia y yo dije “Esto quiere decir que no soy buena para escribir” y tú acotaste “Esto quiere decir que tienes que trabajar más”. La revisé para enviarla de nuevo a la editorial y pensé en sugerir una portada. Al pensar en el contenido de la novela tuve una epifanía: bordaría el nombre en cañamazo, con hilos de seda.

Busqué mi cañamazo importado -señalo la calidad por especificación, no por presunción-, su particularidad es que tiene los poros del cuadrillé bien marcados para que las puntadas luzcan ortogonales, perfectas. Avisé a la editorial que por la tarde tendrían la portada.

Obsesión de cañamazo. 18 letras. Mi nombre, otras 15. 33 letras en total, con un promedio de 3 minutos cada una, sería cuestión de hora y media. Hasta me pareció exagerado el tiempo. Pan comido, rápido, facilito. Bordo desde los cinco años, aprendí viéndote. Estará listo en un ratito.

Extendí el cañamazo, tomé la seda y separé los hilos. Mi último bordado, un dragón Targaryen, lo bordé en cuadros de 2×2 y quedó bellísimo. Decidí que estas letras serían de 3×3 para que se viera un poco más grande.

Apenas tomar la aguja supe que la cosa no sería tan sencilla. Imitándote, ensalivé el hilo para ensartarlo. Casi misión imposible. Mis ojos ya no son los mismos. Sólo para ensartar la aguja me tardé más de cinco minutos. Tomé el cañamazo: apenas distinguí los huecos. Ya no me da la vista. Aún con los poros marcados, batallé para comenzar, para hacer cada una de las puntadas. Después de media hora, pude terminar la primera letra. El bordadito me llevaría toda la tarde o varias tardes. Hice acopio de humildad y acepté lo evidente.

Te recordé. Yo bordaba rapidísimo y no comprendía por qué te tardabas tanto, si era tan sencillo. Tampoco entendía por qué no bordabas con seda, si es tan bella. Los hilos -sedosos- se resbalan y hay que poner mucho cuidado. Cerré los ojos y volví a verte frente a mí, batallando, lenta. Ahora era yo quien bordaba dubitativa, despacio, torpe. Cada puntada se volvió un triunfo.

Hoy te vi con otros ojos, mamá, y te comprendí tanto. Por debajo de mi llanto pienso en todas esas puntadas de la vida que tú hacías a tu ritmo y yo, con toda la prisa de mi juventud, no comprendía por qué. Tuve que alcanzar tu edad para entenderlo. Gracias, mamá, por esta nueva enseñanza para mi vida.