Hace poco, varios periódicos de la localidad hicieron un recuento de activistas de la sociedad regiomontana, que ahora trabajan en el gobierno (ojo: no quise decir, no quiero decir ahora trabajan del otro lado), ¿estas personas pierden credibilidad?, la mayoría pensará que sí, yo lo pondría a discusión sin por ello defenderlas, los casos son variados y algo importante de esas notas en ninguna hubo una declaración de los ex activistas.

Cuando me ha tocado trabajar en la administración pública, siempre decía que era el momento idóneo para convertirse ahora sí en un verdadero activista, más allá de una manifestación multitudinaria o una protesta o marcha, la posición ¿de poder? te da la ventaja de ejercer tu voluntad para el bien común.

No soy mucho de señalar a personas que ocupan puestos porque entiendo por experiencia que tienes que convencer a muchos para llevar a cabo un programa o una política pública (incluso a muchos más de los que como activista te pudieran apoyar), son muchas circunstancias y todo esto me llevó a recordar a un hombre ¿político, de izquierda, de la vieja guardia? Que admiré y admiro y que se encuentra entre mis héroes, esos que tienen un lugar en la invisible rotonda de personajes ilustres de Nuevo León.

Ignacio Zapata Narváez acostumbraba gritar, denunciar, protestar, lo hacía afuera del palacio de gobierno, afuera -y adentro- del congreso del estado, en el mercado Juárez, en la macro plaza, en el municipio más alejado del estado, frente a las cámaras de televisión, en las estaciones de radio, defendía a los ex braceros, a los electores, a los usuarios del transporte urbano y de los servicios públicos, a los jubilados; daba entrevistas a los periódicos, se preocupaba por mí y por ti que estás leyendo / escuchando esto, hacía pancartas, usaba un megáfono a veces, convocaba a marchas… 

¿Para qué poetas en tiempos de penuria? Pregunta la elegía “Pan y vino” de Hölderlin, creo que más allá de traducir la pregunta y hacer una reflexión a manera de respuesta sobre alguien en un determinado momento, debemos entender que personas como Ignacio Zapata Narváez estaban cerca de nosotros para recordarnos quiénes somos, cuál es nuestro lugar en el mundo y cuáles nuestras posibilidades más auténticas.

Nacho siempre tenía aliento para dar aliento a quien lo necesitase, se empeñaba y tenía un interés especial en ayudar a los que habían sido víctimas de gobiernos corruptos o insensibles, tenía como único propósito en la vida ser y hacer libres a los demás, nos hizo entender que no hay causas imposibles, luchaba pues, su vocación y oficio constituían su esencia, entonces Nacho libre construía a partir de su compromiso social, el rango y la ubicación de nuestras almas.

Los tiempos eran y son de penurias para muchos y nos hace falta la salvaje e irreverente actitud del que exige y que en este país lo sabemos de sobra aquel que denuncia, grita y protesta es visto como revoltoso y provocador.

No sé si estamos preparados para vivir sin Nacho, sin un ejemplo de ese tamaño, ya lo soportaremos a nuestra manera, que para ser precisos sería correcta si hiciéramos aunque fuera en un porcentaje pequeño lo que él hacía, hay un legado sin duda alguna y ese legado más que estar en los que le fueron cercanos, está en los que ayudó, que son muchos, está en los que formó con sus atrevimientos, quiero pensar que estamos dispuestos a correr el riesgo de aspirar a la justicia, porque siendo arriesgados, los desprotegidos no estaremos abandonados. 

Ignacio Zapata Narváez, Nacho, Nacho libre, murió el día 15 de agosto del 2012, hace poco más de 10 años, la fecha para celebrarlo es cada momento en que alzamos la voz para opinar, denunciar, discutir por las causas justas su desaparición nos concierne a todos ya que su libertad permitió que sigamos pensando que podemos incorporar entre nuestras actividades habituales la de hacer conciencia intensificando con el activismo, porque si ponemos a disposición nuestra disposición, todo automáticamente se volverá más sencillo de resolver, el mundo es consecuencia de lo que dejamos de hacer y a partir de ese día recibimos una herencia: hacer.