Cito a propósito del tema, a la escritora canadiense Nicole Brossard:

Mi ciudad es un gran mapa geográfico donde me place señalar 

con el dedo, la infancia, el deseo y la literatura como referencias 

íntimas

Nicole Brossard

Fui niño en los años setentas y en parte de los ochentas y tengo pocos pero hermosos recuerdos, como el del elefante que escapó de un circo cercano y fue a dar a la calle donde en ese momento todos jugábamos al fut, o la del vendedor de algodones de azúcar que ante un fuerte viento observó cómo toda su mercancía volaba por los aires y por supuesto ahí estábamos nosotros (huercos ca… nijos y suertudos) en el lugar y en el momento preciso para recibir ahora sí que “del cielo” nuestro azucarado merecido; la primaria la cursé en un modesto colegio católico que se encuentra al oriente de Monterrey, aún existe y está por la avenida Colón y atrás en una plaza de la Calzada Madero, justo enfrente de la escuela Adolfo Prieto que era la escuela de los hijos de los trabajadores de Fundidora.

Había unos viejos columpios y una jirafa metálica a la que yo bauticé como Josefina, en ese lugar esperábamos a que llegarán nuestros padres por nosotros al terminar las clases.

Muchos años después, en esa plaza, a petición de mi hijo Camilo que disfrutó de esos mismos columpios y le hizo el feo a la jirafa, además de afirmar que no era lo que yo decía que era y que más bien se trataba de un dinosaurio, yo hubiera deseado otra suerte para mi metálica estática y vieja amiga que, por supuesto, me transportó en el tiempo, intenté acordarme de más aventuras, de más momentos y no pude. Días después en casa, navegando en Internet, descubrí en Youtube muchas de las caricaturas y programas que veía en la infancia, desde Monstruos del Espacio y la Señorita Cometa, hasta Don Gato y su pandilla; los recuerdos se desbocaron a la velocidad de un clic entonces, apareció el juego de química “Mi Alegría”, los juguetes Lyly Ledy, los Plastimarx, la añorada autopista Scalextric, los camiones Tonka y los zapatos exorcista que anunciaba Chabelo.

¡Ah!, cuánto nos hubiera gustado regalarle a mamá una sala de Muebles Troncoso, y cuánto sufríamos porque el tío Gamboín nos incluyera en su lista de sobrinos, irónica coincidencia en Facebook mi hermano fundó el club de los sobrinos No oficiales del mentado Tío. Yo por supuesto que no me inscribí, porque sigo creyendo, aunque nunca vi la lista oficial ni escuché mi nombre que si me anotó.

En fin, todos estos y otros tantos recuerdos (ayudados por la tecnología) aparecieron, y ahora están en mi compu en un archivo titulado infancia recuperada. De vez en vez lo abro y no sé si siento alivio o nostalgia pero tengo muy claro: estoy obligado a ser un niño siempre.