En la película Sunset Boulevard, de 1950, la ex diva Norma Desmond (Gloria Swanson) está en plena decadencia. Encerrada en su mansión, avejentada y marchita, pretende relanzar su carrera acabada. En el drama en blanco y negro -que en español se llamó Ocaso de una Estrella o El Crepúsculo de los Dioses- la actriz afirma que era la máxima luminaria, y habla de su relación con las grandes artistas del cine mudo. Era grande esa época, que fue arruinada por la tonta modernidad del sonido y el color en las proyecciones.
Más o menos así nos pasa a algunos periodistas, cuando nos hacemos veteranos. Como un síndrome inevitable, nos reunimos para hablar de viejas glorias. Siempre es así entre reporteros que coinciden frente a las botellas.
Entre tragos evocamos las mil anécdotas que se colectan a lo largo de los años en el oficio y, como siempre, pretendemos componer el mundo.
Vi el fin de semana a Alejandro Salas y Luis Gerardo Ramos, dos amigos que comparten conmigo la veteranía de este trabajo. Cada uno de nosotros tiene más de tres décadas en el negocio, y podemos ser considerados tipos de la vieja guardia. Ya llegamos a esa edad y a esas arrugas que veíamos en los veteranos a los que admiramos, cuando éramos los cachorros de la Redacción.
Pues nos pasó exactamente lo que a la Desmond, que, sin advertirlo, quería recuperar el glamour de los años idos y sentía la necesidad de recordar días dorados, para convencerse de que había valido la pena y que lo que hizo tuvo significado para alguien, que hay trascendencia en el legado que queda.
Los reporteros somos románticos por vocación y al escribir esto, ya me estoy poniendo el abrigo de visón de la actriz cacatúa. Pero es cierto que nos gusta hablar de lo que está mal en la sociedad y lo que hicimos bien en el pasado. Nos gustaban más las ruidosas máquinas de escribir mecánicas, que los aburridos y susurrantes teclados de las laptops.
Como número infaltable en velada de periodistas, en esa noche con mis camaradas, enumerábamos los nombres de otros compañeros muertos, que le dieron lustre a la profesión y que recordamos como seres mitológicos de nuestro imaginario compartido.
Por ahí surgieron, como siempre, inscritos en el Salón de la Fama, los nombres de Chema Alanís, Joel Sampayo, Vicente Leñero, Paco Salazar, Roberto Mora, Marco Castillo, Antonio Jáquez, Jorge Villegas, Juan Ramos, Manuel Altamira, Benjamín Tamez, Ramón Rodríguez, Julio Scherer, Javier Nava, Lorenzo Encinas, Andrés Arteaga, Hugo del Río, Daniel Dimas, y muchos otros que a los chavos no les dicen nada, pero que son, para nosotros, referentes que nos marcaron la ruta. Hablamos también de los vivos que han sido nuestros compañeros y maestros, cómplices de anécdotas y que, como son multitud, requieren evocación aparte.
En otras mesas y en otros tugurios, las confraternidades reporteriles de cualquier latitud se refieren a su propio santoral.
Periodistas entre tragos
Por supuesto que estábamos en una cantina. Ya lo decía la rima del añorado Juan Ramos: Periodista que no toma es como una flor sin aroma.
Recuerdo que hace años mi amiga y maestra Paty Blanco justificaba la beodez de los comunicadores. Es absolutamente verosímil la fama de tomadores de los periodistas. En su teoría, decía que estamos expuestos a tanta información deprimente y conocemos desde adentro los horrores políticos, sociales y de seguridad pública de México, que no nos quedaba más opción que aturdirnos con alcohol. Pues muchas gracias, profe, por la explicación.
El anecdotario en esa noche se hizo interminable. A causa del cinismo, de la claridad de ideas o de la borrachera, que viene a ser lo mismo en este caso, estábamos muy conscientes de lo patético que puede ser, para alguien fuera de este negocio, que nos la pasemos hablando de lo que hicimos bien en el pasado, y de cómo nos divertimos trabajando. Nos reíamos al percatarnos de que cumplíamos con una rutina que es inevitable cuando se reúnen los periodistas: cervezas y anécdotas. Achacosos en la profesión, nos aferramos a los recuerdos.
Sabemos que viene una nueva generación de jóvenes briosos, soñadores con ideas transformadoras, como nosotros lo fuimos alguna vez.
Estos chavales que ahora inundan el mercado de plumas, ya nos desplazaron. Por lo menos en el diarismo, son los que se esmeran en hacer las notas del día, con el entusiasmo y la energía que tuvimos nosotros a los veinte años, al iniciar como novilleros de la información.
Entender que viene una camada que ocupará nuestros lugares provoca un gran alivio. Aún no, porque todavía nos queda cuerda y seguimos dignamente activos, creo. Pero hay que darle paso a la juventud que comienza a tomar lentamente los lugares que alguna vez ocupamos. El que se resiste a aceptarlo, se retuerce en dolores de vocación, a causa de una renuencia inútil.
Hablábamos de cómo veíamos a los viejos santones, que escribían desde alturas inalcanzables a las que luego accedimos. Porque, eso sí, todos tuvimos coberturas internacionales. Anduvimos en aquellas memorables giras y paseamos en el terreno de tragedias y cataclismos. Recorrimos los rincones del país y entrevistamos a tal presidente, a un cantante, una actriz famosa, un activista laureado. Nos trepamos al jet, avión, helicóptero, con el licenciado zutano o perengano, y participamos en ardientes infidencias.
Esas veladas de recuerdos gratos, entre amigos entrañables, son deleites mayúsculos entre nosotros los periodistas. Supongo que así debe ser en cada profesión, entre amigos que se reúnen con vidas en común. Pero el periodista presume de sus correrías como si fueran las mejores experiencias del planeta. No por nada al periodismo se le conoce con arrogancia como el mejor oficio del mundo.
Jóvenes que envejecerán
En lo personal, gozo enormidades reunirme, en borracheras, con colegas que están en la misma sintonía del disfrute de esta inusual forma de vida que da el periodismo. Evocamos memorias, reales o inventadas, de lo que nos ha permitido este trabajo que nos ha dado vida, sustento y propósito existencial.
En esa noche, cuando nos cerraban una cantina mudábamos a otra. Peregrinamos por piqueras de Monterrey, hasta que nos corrieron de la última, ya clareando. Hacía mucho tiempo que no me carcajeaba tanto con las ocurrencias de Salas y Gera, con quienes reciclamos la batería de anécdotas que en cada reunión reemergen frescas, aunque ya las hayamos contado miles de veces.
La gracia de esas horas felices, que compartimos mientras libamos, es saber que los momentos idos y bien vividos, son como un álbum de estampas de nostalgia, que volvemos a hojear cuando nos vemos.
Quién sabe si en un futuro, los reporteros jóvenes, cuando se hagan viejos y se reúnan, nos recuerden en sus anecdotarios. De cualquier manera, la misma duda les asaltará a estos chavales. Algún día que se vean más canas y les salgan pelos de las orejas, tal vez se sienten en una mesa de cantina y recuerden, como Norma Desmond, las lejanas glorias de su mocedad, y recordarán a quienes les antecedieron en la reporteada.
Nuestra comunidad