Monterrey, Nuevo León; 9 de mayo 2021
Mamá:
Es domingo y veo en el Zoom mi papada: me he abandonado mucho. Estoy muy hobachona, dirías. Hoy volví a maquillarme; traigo unas ojeras terribles. Puse la lavadora y la apagué, me recuerda tu último suspiro. Entré en lo que fue tu recámara, hoy vacía, y con el eco de tu muerte en las paredes grabé un audio de los que hacíamos, esas lecturas que te gustaban y ya no escucharás más.
También era domingo, mamá, iban a ser las cinco de la mañana y te fuiste. Dejé de escuchar tu respiración aplastada por un silencio infinito, vacío. Te contemplé serenísima: ya no te dolía nada; fue lo primero que pensé. Te besé y te dije lo evidente: descansa, mamá, descansa.
En mi cama están tus cojines, las fundas tejidas por ti que rescaté de tu ropero. Y te extraño, mamá, y mañana es mi primer 10 de mayo sin ti. Tejo y te comprendo: me abstraigo del mundo. Ahora sé muy bien por qué siempre tenías en tus blusas algún seguro y también comprendí porqué se llaman imperdibles.
Hemos hablado tanto, tanto. Pasamos un año y cinco días juntas, cambiando papeles, de madre a hija, de hija a madre. Ahora me siento inconexa. Me acompañaste en mi infancia y gracias a tu Alzheimer, me regalaste la tuya. Y fue hermosísimo, mamá, porque me permitiste conocer esa parte de ti que me había perdido: esa niña inocente, esa niña llena de ilusiones, de creatividad, con sus hilazas como collar.
Cierro los ojos, te imagino, voy hacia ti: te encuentro en el mar, sonriente, estás recostada en una tumbona y resuelves una Sopa de Letras; a tu lado, un jarrito de tequila con limón. Me ves y te sorprendes. Sonrío. Te dije que volvería a buscarte, que volveríamos a encontrarnos. Soy yo. ¿Me recuerdas? Esos pájaros se llaman pelícanos, sé que te gustan mucho, fue una de las cosas que más llamó tu atención cuando conociste el mar. ¿Estás bien? ¿Está bien tu pie? Ya no te duele nada, mamá. Mírame, mamá, ya aprendí a nadar. ¡Qué loca eres!, dices, mientras me ves zambullirme en el mar.
Te fuiste en la mañana que iniciaba la primavera, y mañana es 10 de mayo. Hace un año aporreaba una guitarra para cantarte. En la secundaria, hace 35 años, en poesía coral montamos un texto que después supe era una canción de Denise de Kalafe -Señora, señora-, la novedad de aquel año. Tú no fuiste a verme; yo era la voz principal. Tú no fuiste a verme: me dolió el alma. Fue un poema dicho al aire. Quedé lastimada y te reclamé. Yo soy tu hija la que canta, la que hace, la que dice, la que nunca se está quieta, la que te besa y te abraza. Después te la cantaba en la casa y te fastidiaba mi cursilería. El año pasado fue maravilloso porque curaste la herida: la cantamos juntas. Me concediste regalártela; fuiste mi único público y mi mejor corista.
Te veo en el mar, tan contenta, tan relajada, y pienso de nuevo en todas las alegrías que me concediste darte: te regalé el mar, el ballet, el mariachi en el Tenampa, el Cascanueces, la banda en Zacatecas, una mantilla de Madrid, una mascada de París, unos aretes de Nueva York. Y no importan las cosas, son cosas de nada que incluso nadie sabe hoy dónde están, lo que sí es destacable es que aprendiste a recibir. De quitarme de encima cuando pretendía abrazarte, aprendiste a pedirme cariño cada noche, para dormir. Aprendiste a recibir, mamá, tú que merecías el mundo. De despreciar mis hipócritas besos a pedirme 500 o 1000 y contarlos muy divertidas. Aprendiste a pedir, mamá. Aprendiste a recibir. Yo no sé cómo era mi abuela contigo, que silenciabas mi canto para que no nos regañara. Al volver a ser niña, mi niña, te tomé de la mano y te dije que te defendería.
Vamos, mamá, vamos, ven conmigo, ahora que puedes volver a caminar, en este plano busquemos a mi abuela, vamos a enseñarle el mar, vamos a enseñarle a cantar, a enseñarle a recibir. Vamos, mamá, vamos con Barbarita, para hacerla sonreír. Vamos, mamá, que te defenderé, que así como vencí tu fortaleza he de convencerla. El mar es para admirarlo, mamá, no para contenerlo en lágrimas dentro de ti.
Vamos, mamita, vamos, a jugar con tepalcates, vamos a jugar a la matatena, vamos, Güera a cantar todas las canciones hasta que se acabe el Parifay –como tú le decías al Spotify. Me faltó jugar más contigo, mamá. Amaba sanar tus heridas y quiero sanarte la que se quedó abierta. Barbarita, cuando nos vea dirá, como siempre “¡Esa niña, Manuela!”; sí, Barbarita, esa niña, que atesora la única caricia que le diste al regalarle tu mascada y ahora tiene una colección de ellas, ésa niña, que sin saber cómo hacerlo, en el círculo de la vida, cuidó a tu beba.
Vamos, mamá, vamos a buscarla, que a ella también le hacen falta abrazos, besos, música, libertad. Vamos a regalarle el mar y le cuentas de los pelícanos. Tú también le puedes compartir lo que has aprendido de mí, de ti. Vamos mamá, ven, de mi mano. Yo camino contigo. Vamos, mamá, ven conmigo, porque aún me falta regalarte las sonrisas, los abrazos, los besos de tu madre. Yo también quiero que tú cantes para ella. Yo también quiero que ustedes sonrían juntas. Yo también quiero que tú la recibas, así como te recibí yo. Dentro de este plano donde todo es posible, confía, confía en mí, algo inventaré que la haga sonreír y seremos tres mujeres unidas, eternas, infinitas. Ven, recuperemos nuestra canción y reinventemos el tiempo con nuestras miradas y latidos.
Patito
- Texto escrito en el Taller “Mujer: escribir cambia tu vida”. Coordinado por Rosaura Vergara. Mayo 2021
- Texto ganador del 1 lugar en el I Concurso Epistolar “Ninfa Sepúlveda Medrano”. Dic. 2022
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